Como dije hace tiempo en relación a los recuerdos y las vivencias personales, cada uno de nosotros es hijo de su época y dueño de un grupo de imágenes y experiencias que quedan almacenadas en el archivo del alma. Sin duda, uno de mis grandes momentos relacionados con el videojuego, posiblemente el más grande, aconteció allá por diciembre de 1984. En aquella etapa en mi cabeza solo rondaba una idea, conseguir un Spectrum 48K. La revista MicroHobby acababa de salir al mercado, semanal, por solo 95 pesetas, un auténtico regalo para todos los que amábamos los videojuegos y en especial el mundo del Spectrum. En los primeros números, esta revista, incluía un coleccionable sobre el lenguaje BASIC de la criatura de Sinclair y aparecía en una de sus páginas un Spectrum impreso, a tamaño real, para que pudieras practicar los innumerables atajos de teclado que ofrecía su entrañable teclado de goma, en mi caso todavía de papel.
Un año antes de convertir al Spectrum en objetivo prioritario, me encontraba inmerso en una etapa lúdica, más onírica que real, protagonizada por algunas de las maravillosas consolas que provocaron el crash del 83 (ColecoVision, Intellivision, Vectrex…). Recuerdo un gran número de visitas a ciertos grandes almacenes del Paseo de la Castellana para ver en funcionamiento las maquinas de CBS, Mattel y MB, y después volver a casa entre ensoñaciones y anhelos producidos por juegazos de la talla de Zaxxon, Donkey Kong o Scramble. Poco tiempo después, junto a la crisis del cartucho, llegó el auge de los ordenadores de 8 bits en todo el mundo. El ZX Spectrum se convirtió en el micro más popular en Europa, sobre todo en Reino Unido y España, gracias a un precio muy asequible, gran apoyo por parte de las compañías y, por consiguiente, mayor catálogo de títulos. Conviene recordar que Reino Unido fue durante toda la década de los 80 el centro neurálgico del videojuego para ordenadores de 8/16 bits, lo que allanó bastante el camino desde sus inicios, allá por primavera de 1982, a la máquina de Sir Clive Sinclair. Poco después, entre 1982 y 1984, se sumarían Commodore 64, Amstrad CPC y MSX principalmente, aunque en aquellas fechas era bastante habitual encontrarse en algunos escaparates máquinas menos populares como Dragon 32/64, Oric 1/Atmos o el Aquarius de Mattel.
Lo cierto es que la llegada de MicroHobby a los quioscos, las demás revistas nacionales no era tan atractivas, produjo un nuevo impulso en mis ensoñaciones. Tenía que conseguir un Spectrum 48K sí o sí, además el precio había bajado de 52.000 a 36.000 pesetas, era el momento de luchar a muerte por ello. Afortunadamente, mi padre también sentía una gran curiosidad por todo tipo de tecnología audiovisual, algo que unido a la interminable paliza a la que le sometía día tras día mostrándole revistas, juegos y contándole las batallitas correspondientes, originó que me comprase en secreto un flamante Spectrum 48K para regalármelo en Navidad. Como todavía quedaban unos días para las fiestas navideñas, mis padres decidieron esconderlo debajo del fregadero junto a un pack de juegos que correspondían a la versión 16K: la entrañable trilogía Horace/Horacio, Planetoids, Space Raiders y el siempre evitable Reversi.