A mediados de los 80 la rivalidad dialéctica y emocional entre usuarios de ordenadores era un tema bastante habitual. Indudablemente fue el germen –sin olvidarnos de las cruentas batallas entre 2600, Intellivision, ColecoVision y demás-, que derivó más adelante en esa auténtica guerra de trincheras que supusieron los duelos generacionales entre Mega Drive y Super Nintendo, Saturn y PlayStation o más recientemente Microsoft versus Sony. Todos hemos defendido de forma más o menos vehemente a nuestra máquina predilecta en cada momento, y en la etapa dorada de los ordenadores de 8 bits sucedía exactamente lo mismo. Quizá resultaba un poco más inocente debido a la corta edad de la mayoría de los contendientes, pero el caso es que te debías a un sistema e ibas a muerte con él, hasta el final.
Yo era de la facción Spectrum, plenamente convencido pese a sus limitaciones y muy orgulloso de ello, pero eso no quita que analizase, vía revistas o probando en casa de amigos y compañeros de colegio, al resto de competidores, principalmente Commodore 64 y Amstrad CPC. Si la conversión de tal o cual videojuego resultaba ser más afortunada en los circuitos de tu máquina -algo que casi siempre se debía más al talento de los programadores que al sistema en sí- era como lograr un pequeño triunfo momentáneo.
Antes de embarcarme en un sistema de 8 bits concreto, el factor Spectrum ya comenzaba a hacer mella en mí, había fantaseado durante un año entero con las máquinas de Mattel, MB y CBS, y fue más o menos en ese preciso momento cuando conocí a un compañero de colegio al que también le apasionaban los ordenadores. Mi amigo adquirió poquito tiempo después un Commodore VIC-20 con el que se empleó a fondo a la hora de programar en BASIC, además de adquirir el cartucho de Radar Rat Race, un juego programado por HAL Laboratory que estaba basado en el esquema jugable del Rally-X de Namco, pero en vez de coches, con ratones. Recuerdo que jugábamos en un televisor en blanco y negro, de hecho mi mente todavía mantiene ese formato cromático pese a haber visto pantallas en color posteriormente. Es lo que tienen los recuerdos, permanecen por siempre invariables y con todos sus matices.