La inmensidad audiovisual de Hyrule
Breath of the Wild no está exento de cierta brillantez técnica. Su escenario global se mostrará siempre ante nosotros, por muy lejos que proyectemos la vista siempre observaremos las torres, los santuarios y demás elementos de interés. El inmenso mapa de Hyrule escenifica una geografía creíble con grandes llanuras, montañas escarpadas, extensas regiones heladas, tropicales o desérticas, sin ningún temor al horror vacui. Eso sí, todos y cada uno de sus rincones, hasta los más remotos, ocultan algo de interés. Pero volvamos a la aventura, porque ya deberías haber domado algún caballo, visitado postas, batallado contra muchos enemigos, conseguido mejores armas, experimentado con los ingeniosos módulos, y perdido unas cuantas vidas en combate, o calculando mal la anchura del cauce de un río o la altura de una pared montañosa. Entonces llegará el momento de visitar la aldea Kakariko, cómo no, donde obtendremos datos para planificar los siguientes movimientos. A partir de ese instante es como si Breath of the Wild comenzara de nuevo, con más información, más objetivos y un pasado por descubrir.
Además de las misiones principales, Nintendo ha dispuesto un generoso ramillete de tareas secundarias, ingeniosas, divertidas y variadas, que no suelen caer en la repetición o el exceso. Mezclar y cocinar todo tipo de alimentos para elaborar ricas -o no- recetas, encontrar a los 900 Kolog por el mapa resolviendo sencillos puzles, o conseguir fragmentos de estrellas fugaces -ver precipitarse un metoro en la distancia e ir en su búsqueda es algo inefable-, son solo algunos de estos momentos mágicos e intransferibles de BOTW. Si a esto unimos las misteriosas y abundantes pruebas heroicas y la posibilidad de recopilar recuerdos del pasado, su entramado argumental y narrativo adquiere un equilibrio estable y absolutamente complementario. Y aún así, más allá de todo lo establecido, predominará nuestro olfato aventurero, nuestras ganas de improvisar desviándonos de la ruta o acometer empresas imposibles.
En una palabra, procrastinacion. Ante tal cantidad de oportunidades, secretos, longitudes y latitudes, es difícil centrarse en la aventura principal. Y ese es uno de los grandes secretos y milagros de este prodigioso Breath of the Wild, que resulta tan enorme y generoso como el jugador quiera. Así nos lo hace saber, además, con su intermitente y contextual banda sonora, plagada de silencios y ráfagas de viento ante tamaña extensión de mapeado, matices pianísticos, variación melódica entre el día y la noche del páramo, los combates o montando a caballo, y una necesaria colección de melodías para los emplazamientos importantes. Mis favoritas: las que nos acompañan en la región de los Zora, el Poblado orni, el Bosque Perdido o el Castillo de Hyrule. El tridente compositor -Manaka Kataoka, Yasuaki Iwata y Hajime Wakai- ha dotado a BOTW de una BSO elegante, superada casi siempre por unos embriagadores efectos ambientales pero transmisora de energía y grandes dosis de nostalgia. Puro reflejo de la situación de Hyrule.